lunes, 30 de mayo de 2011

Nietzsche: El viajero y su sombra

Este fue el post que colgué el 19 de febrero en este blog, y que vale la pena recordar.

NIETZSCHE: “El viajero y su sombra”
Prólogo de 1886

Aquí se debe mantener el equilibrio frente a la vida, la serenidad e incluso el reconocimiento a la vida; aquí domina una voluntad severa, altiva, siempre alerta, constantemente irritable, una voluntad que se ha impuesto la tarea de defender la vida contra el sufrimiento y de extirpar todas las conclusiones que nacen como hongos venenosos en el suelo del sufrimiento, de la decepción, del hastío, del aislamiento y de otros terrenos pantanosos. Un pesimista tal vez encontrase en mis obras indicaciones preciosas para examinarse a sí mismo, pues fue entonces cuando pude arrancarme esta frase: “¡Un hombre que sufre ni siquiera tiene derecho al pesimismo!".
Por ese entonces libraba en mí mismo una lucha penosa y paciente contra la inclinación fundamentalmente anticientífica de todo pesimismo romántico, que quiere transformar unas cuantas experiencias personales en juicios universales, amplificándolas hasta querer condenar al mundo... en una palabra: le di la vuelta a mi mirada... Así me obligué, medico y enfermo a la vez, a un clima del almacontrario a mi alma antigua y no experimentado aún

... Las vida misma nos recompensa de nuestra voluntad obstinada hacia la vida, de esta larga guerra, tal como yo la llevaba entonces, contra el pesimismo de la lasitud; y nos recompensa ya de toda mirada atenta que le lanza nuestro reconocimiento, que no deja escapar ninguna ofrenda de la vida, aunque fuese la más pequeña y la más pasajera. Ella nos da, en cambio, la ofrenda más grande que pueda darse: nos devuelve nuestra tarea.

... Comienzo a pensar y creo cada vez más que mis libros de viaje no fueron escritos para mí sólo, como me parecía a veces... ¿Puedo recomendar especialmente que los tomen en consideración a aquellos que se afligen por un “pasado” y que tienen, por lo demás, suficiente conciencia para sufrir por el espíritu de su pasado? Pero, ante todo, a vosotros que tenéis la tarea más dura, hombres raros, intelectuales y valerosos; vosotros, los más expuestos de todos, que debéis ser la conciencia del alma moderna y, como tales, poseer su ciencia; vosotros en quienes se da cita todo lo que puede haber hoy de enfermedades, venenosas y peligrosas; vosotros cuyo destino es estar más enfermos que cualquier otro individuo porque no sois solamente “individuos”...; vosotros que tenéis el consuelo de conocer el camino de una salud nueva; y ¡ay! de seguir ese camino de una salud de mañana y de pasado mañana
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(6) Contra los imaginativos. El imaginativo niega la verdad ante sí mismo; el mentiroso únicamente ante los demás.

(7) Enemistad contra la luz. Si se le hace comprender a alguien que, en sentido estricto, no se puede hablar nunca de verdad, sino solamente de probabilidad, se ve generalmente, por la alegría no disimulada de aquel a quien así se le instruye, cuánto prefieren los hombres la incertidumbre del horizonte intelectual y cuanto odian, en el fondo de su alma, la verdad a causa de su precisión. ¿Se debe esto a que todos temen secretamente que caiga de una vez sobre ellos la luz de la verdad con demasiada intensidad? ¿Quieren dar a entender algo y, por consiguiente, no se debe saber exactamente lo que son? ¿O bien no es más que el temor a una luz más clara, a la cual su alma de topo, crepuscular y fácil de deslumbrar, no está habituada, de suerte que tiene que odiar esa luz?

(8) Escepticismo cristiano. Ahora se presenta gustosamente a Pilatos, con su pregunta: “¿qué es la verdad?”, como abogado del Cristo, y esto para hacer que se sospeche de todo lo que es conocido y digno de conocerse, hacerlo pasar por apariencia, a fin de poder erigir sobre el horrible fondo de la imposibilidad de saber: ¡la Cruz!

(20) La verdad no tolera otros dioses. La fe en la verdad comienza con la duda respecto a todas las “verdades” en que se ha creído hasta el presente.

(21) Sobre lo que se exige silencio. Si se habla del pensamiento libre como de una expedición en medio de los glaciares y de los mares polares, quienes no quieren embarcarse se ofenden, como si se les reprochase su vacilación o la debilidad de sus piernas. Cuando no nos sentimos a la altura de una cosa difícil, no toleramos que se mencione delante de nosotros.

(33) Querer ser justo y querer ser juez. Hay un error, no sólo en el sentimiento:“yo soy responsable”, sino también en esta oposición: “yo no lo soy, pero es preciso que lo sea alguien”. ¡Mas esto no es cierto! Es preciso pues que el filósofo diga, como el Cristo: “¡No juzguéis!” Y la última distinción entre los cerebros filosóficos y los demás sería que los primeros quieren ser justos, mientras que los segundos quieren ser jueces.

(37) El engaño en amor. Olvidamos voluntariamente ciertas cosas de nuestro pasado, las desechamos de la cabeza deliberadamente; pues tenemos el deseo de ver la imagen que refleja nuestro pasado, mentirnos a nosotros mismos y halagarnos; trabajamos incesantemente en este engaño a nosotros mismos. Y creeréis vosotros, los que habláis tanto del "olvido de sí mismo en el amor", del "abandono del yo a otra persona", vosotros que os jactáis de todo esto: ¿creeréis que esto es algo esencialmente diferente? Rompemos el espejo, nos transformamos mediante la imaginación en otra persona a la que admiramos, y gozamos desde ese momento de nuestra nueva imagen, aunque la designemos con el nombre de otra persona, ¿y todo este proceso no sería engaño de sí mismo, egoísmo? ¡Me asombráis! Me parece que quienes se ocultan algo a sí mismo y quienes, en conjunto, se ocultan a sí mismos, se parecen en que cometen un robo al tesoro del conocimiento. De donde es preciso deducir ante qué delito pone en guardia el axioma: "conócete a ti mismo".

(39) Por qué los estupidez se vuelven a menudo perversos. A las objeciones de nuestro adversario, contra las cuales nuestro cerebro se siente demasiado débil, nuestro corazón responde sospechando de los motivos de estas objeciones.

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Estas son algunas joyas que se encuentran en cuanto se abre El viajero y su sombra de Nietzsche que completa a su Humano, demasiado humano. No tiene desperdicio, y sigue vigente hoy, acaso más que nunca. Un rasgo que destaca a un gran pensador de la gran masa de escritores de moda para consumo masivo, que se olvidan rápidamente y se pasa luego a otra producto de consumo. Nietzsche es demasiado difícil y demasiado indigesto para este tipo de lectores, coleccionistas de "cultura".