viernes, 24 de julio de 2009

Giegerich: El final del Significado y el nacimiento del Hombre (V)


Privilegiando lo Crudo
Otro aspecto de la tendencia a alejarse del gran arte o del gran pensamiento fue que Jung privilegiaba usualmente las producciones de los movimientos tipo “subcultura” (como la alquimia) –lo crudo (es decir, textos más bien inferiores, a cargo de autores mediocres) por encima de lo refinado (es decir, los productos de las más grandes mentes y artistas) (60) De manera semejante privilegió el inconsciente, lo espontáneo (sueños, visiones, pinturas hechas desde el inconsciente). La crudeza de los sueños o de los escritos alquímicos era por supuesto tan importante, porque Jung después de todo, siendo un contemporáneo de los surrealistas como André Breton y André Masson con su técnica de escritura automática, creía que era legítimo ver en las producciones espontáneas e inconscientes la señal distintiva de la inmediatez: la revelación directa, sin filtrar, de “lo inconsciente”, como naturaleza original y como origen último (por eso él hablaba de Urerfahrung, Urerlebnis, Uranschauung). Jung fue guiado por la creencia ingenua de que lo crudo o lo inmediato eran más verdadero que lo grande, que lo refinado y desarrollado, que lo excepcional (en el sentido de Edgar Wind). “¿Por qué hace tan poco que hemos descubierto el inconsciente y desenterrado su tesoro de imágenes eternas? Simplemente porque teníamos una fórmula religiosa para todo lo psíquico–y una que era mucho más hermosa y abarcadora que la experiencia inmediata” (Jung, 1954a, § 11). A Jung no se le había ocurrido la idea de que las fórmulas religiosas mucho más hermosas y abarcadoras, el resultado tardío de un largo desarrollo cultural y el producto del pensamiento de generaciones, es el verdadero origen (lo “arquetipal” en el sentido estricto), mientras que la experiencia inmediata sólo es un modo deficiente y preliminar suyo. Él (como psicólogo, y no como ciudadano privado) precisamente prefirió en el arte, sólo “las formas más puras y más ingenuas”, “la simplicidad y la ingenuidad de presentación, totalmente desprovista de cualquier propósito ‘psicológico’” (Jung, 1959, § 1280)–, así como podríamos añadir, totalmente desprovista de todo refinamiento cultural y de procesamiento mental. Por lo que puedo ver, hay sólo un lugar dónde Jung estuvo cerca de admitir que lo cocido –lo destilado, refinado, sublimado– es lo primario, y lo crudo secundario. Fue en un pasaje acerca del artista y la obra de arte. Allí afirmó: “Lo que en último análisis es el sujeto que en él [el artista] quiere, no es el hombre como persona, sino la obra de arte”. (Jung, 1930b, § 157). (61) La obra de arte, el producto final como causa primera de la producción.

La alquimia podría haberle enseñado: Quod natura relinquit imperfectum, ars perficit, un enunciado que Jung citó con frecuencia, pero que no comprendió adecuadamente ni le prestó atención. ¿Qué nos dice éste enunciado? Que la verdadera esencia no es la prima materia, no es la Urerfahrung, no son los “pequeños sueños” (como “productos naturales” espontáneos) (62), sino, el resultado cumplido de la Obra, el resultado del prolongado (63) esfuerzo humano de procesamiento de la materia prima: el lapis, la quinta essentia . . .  Precisamente no es suficiente “volver a decir lo mejor que uno pueda” lo que dicen los “pequeños sueños”, que cualquiera puede tener. Sólo a través del ingenioso procesamiento y refinamiento, el pequeño sueño puede alcanzar la profundidad y la importancia que acaso llegue a tener (para el individuo), y sólo a través de la grandeza de la mente (artifex) que realiza tal procesamiento, puede acaso alcanzarse la quintaesencia, el Mercurius.

La definición sólo “anima” del alma, hace que nuestro mundo moderno real y nuestros productos intelectuales, aparezcan como opuestos a, y externos al alma. Jung no estaba generalmente dispuesto a considerar la posibilidad de que el alejamiento del mito hacia la modernidad ocurra dentro del alma y como su obra, (64) de modo que las necesidades del alma de hoy se expresan, justamente, en fenómenos distintos de la “vida simbólica” y los sueños y las visiones, de modo que la noción de alma tendría que expandirse para incluir al otro del ánima, el ánimus.

¿Almacén Permanente de Imágenes? ¡No, Producción “Puntual”!
Por el otro lado, por lo que se refiere a los sueños y visiones, Jung no estaba dispuesto a considerar la posibilidad de que fueran justamente el modo en que ocurre la devoración saturnina. Por el modo en que Jung se imaginó los sueños se tendría que pensar en el inconsciente como una especie de saco lleno de formas arquetipales y en los sueños como aquello que se filtra del saco hacia la conciencia. Pero no existe tal saco. No hay un inconsciente como un contenedor estático, ni como un lugar, ni como una capa (reino), ni como una potencia. Lo inconsciente es el proceso temporal (momentáneo) de una redefinición, reconstitución de contenidos específicos: el acto de devoración de Kronos. Lo inconsciente no es ontológico, no es una entidad, sino que es ejecutivo [performative]. Existe sólo en la producción y en los productos (los sueños, etc) y en su interpretación como contenidos del inconsciente, y se produce de nuevo en cada interpretación. No hay un inconsciente substanciado como el productor por detrás de los sueños. Una vez más, Jung no escuchó a sus Indios Pueblo que le habían mostrado el camino al decir respecto al sol visible y fenoménico, “Este es el Padre; no hay ningún Padre detrás suyo.” (Jung, 1939, § 688).

El acto de la devoración saturnina, por el cual existe el inconsciente, no debe imaginarse como un traslado literal de afuera a adentro, ni como el almacenamiento allí de los contenidos trasladados. No, es meramente la transformación de los contenidos respectivos de un estatus lógico a otro. Es el acto de asignar a estos contenidos el estatus lógico de ser absolutamente incognoscible para el intelecto. Es (y por lo tanto, también lo es lo inconsciente) el acto momentáneo de soñar, de pro-ducir sueños (visiones, etc) y de verlos como expresiones de “lo inconsciente”. Es sólo en y mediante este acto productivo e interpretativo que el alma moderna “engulle” los contenidos de nuestra herencia cultural y espiritual, contenidos del pensamiento y compromiso públicos, y los traduce en la forma de su propiedad primordial, tan primordial como si hubieran caído directamente del cielo. Los reproduce (a) en forma de acontecimientos únicos, como mis experiencias privadas y subjetivas, y (b) como contenidos de lo inconsciente (como productos naturales, absolutamente espontáneos y fundamentalmente inaccesibles para la mente pública, el intelecto). El proceso por el cual existe lo inconsciente es dialéctico: es sólo la producción (dar a luz) y la expresión o la emergencia de las imágenes (de adentro hacia fuera) lo cual es su interiorización (desde fuera, desde la mente pública hacia dentro). Su “renacimiento” como sueños conscientemente recordados a partir de “lo inconsciente” es el modo en que reciben su estatus como contenidos de lo inconsciente, y por lo tanto, como secundariamente no-natos. Ambos movimientos ocurren “a la vez”. Son sólo un  único movimiento autocontradictorio.

La Disociación y la Salvación de la No-Natez
La metáfora de las estrellas que han caído del cielo nos permite añadir una cualificación esencial a nuestra imagen de Kronos devorador. Esta imagen procedente de la era pre-moderna o incluso mitológica todavía operaba con una simple división binaria, poniendo por un lado al padre y por el otro lado a los hijos. Pero ahora, en la situación moderna, ya no es tan simple como que el padre engulla a sus hijos. Lo que ahora es tragado es el concepto íntegro de niñez como tal, es decir, toda la relación “niño humano-padre divino”, la colocación de mirar hacia arriba per se, la relación íntegra entre arriba y abajo. Aquello que solía ser el kósmos anterior, todo el modo de ser-en-el-mundo ha sido superado (sublated), reducido a un momento interno dentro de un modo nuevo y más amplio (de constitución de la conciencia). El hombre ha interiorizado toda su previa adentridad dentro de sí mismo. Como conciencia moderna, el es el nuevo “Kronos”, que se ha tragado toda la relación antigua “Padre Kronos-sus hijos”, estableciendo de esta manera, su “inconsciencia”. Pero podríamos también darle la vuelta y decir: al reducir lo que solía ser su relación íntegra con el mundo a un momento superado en su interior, la conciencia se ha salido de esta relación con el mundo y se ha catapultado a nuevos niveles anteriormente inauditos. El pez, se ha tragado toda la relación “agua-pez” y por ello se a transformado en Acuario, quién ha emergido de las aguas.

La imagen de las estrellas cayendo del cielo nos hace darnos cuenta de la naturaleza fundamental que tiene lo inconsciente. Las estrellas–la meta del mirar hacia arriba del hombre–ya no están arriba, sino abajo en lo inconsciente, una versión de juguete de las estrellas y los cielos. De manera, que ahora tenemos que mirar a las estrellas hacia abajo, desde las alturas de la conciencia moderna. Hablamos de “introspección”, que es el mirar desde afuera hacia adentro, del ego al self, de la conciencia hacia a lo inconsciente dentro de nosotros. Esta es una perspectiva. Pero las estrellas contenidas en lo inconsciente todavía son estrellas. De manera que hay un nuevo cielo estrellado, un nuevo arriba y abajo, una nueva imagen de Dios. Desde el punto de vista de “lo inconsciente”, podemos y somos capaces de volver a contemplarlos. También hay así una nueva adentridad, una nueva colocación de mirar hacia arriba a una nueva trascendencia (pero una trascendencia que como totalidad está internalizada, superada). (65) El inconsciente en este sentido es la antigua relación con el cielo mítico o metafísico, sólo que en pequeño y en imagen, y ya no es más cósmico, rodeándonos y siendo parte del conocimiento oficial y la reflexión públicos. Es la versión engullida, miniaturizada, pero también en jaque mate de la verdad de las eras pasadas. Por lo tanto, lo que reconocidamente se ha perdido a gran y real escala, podía recuperarse en pequeño y en imagen por medio de “lo inconsciente”.

En lugar de una superación de pleno derecho (reducción a un momento superado) tenemos una disociación: dos verdades simultáneas, pero mutuamente excluyentes, entre las cuales podemos cambiar. La negación que había ocurrido históricamente no podría negarse totalmente–era demasiado obvia–, pero Jung se resistió a pasar íntegramente por ella. Insistió, como hemos visto, en tener “una situación en que esa cosa se vuelva verdad nuevamente” en “una nueva forma” (Jung, 1939, § 632). Con la dirección introspectiva, la conciencia como algo plenamente nacido, mira hacia abajo desde el espacio exterior a las antiguas estrellas; en tanto que conciencia devorada en su viaje-nocturno-por-el-mar, opuestamente tiene un cielo (simulado, estilo Disneylandia) y una imagen de Dios encima suyo y está en la colocación de mirar hacia arriba. Empíricamente, para el ego que sueña, hay todavía las estrellas, la(s) imagen(es) de Dios(es) numinosa(s) y luminosa(s) –pero internadas en lo inconsciente: la luz misma de las estrellas y los dioses se ha vuelto oscurecida, velada fundamentalmente, es decir, lógicamente.

La noción de inconsciente colectivo, que tiene fuera de sí a la conciencia moderna (el “ego”, la “ego-conciencia”), es en sí misma, testimonio del hecho de que ha ocurrido el nacimiento. Al igual que la noción engullida de niñez, es el negativo positivizado (en el sentido fotográfico), de la adultez realizada. Es una formación de compromiso entre la existencia reconocidamente extra ecclesiam, después de la emergencia de la adentridad, por un lado, y el rechazo a ser conformado sin reservas por esta existencia, debido a la insistencia en lograr una nueva adentridad, al estilo saturnino.

Este sentido fundamental de lo inconsciente se ilustra mejor por el modo en que literalmente fue externalizado por el mismo Jung en la organización de su vida. Me refiero a los dos lugares entre los que Jung dividió su vida, su casa común en Küsnacht y su “torre” en Bollingen. Aunque ambos son lugares literales, también los considero como metáforas concretizadas para topoi psicológicos. Küsnacht era el lugar de la conciencia verdaderamente moderna que había “emergido de las aguas”. Aquí Jung, al trabajar en su escritorio tenía que mirar el rostro de Voltaire, cuyo busto estaba sobre su escritorio. Aquí Jung era el científico que investigaba hechos, nada sino hechos, acerca del alma. Aquí Jung rechazaba cualquier especulación que transgrediera la kantiana “barrera del mundo mental” (Jung, 1935b, 1734 §), en particular, todo hipostasiar, insistiendo con firmeza que él solo presentaba hipótesis (o más modestamente, que sólo nombraba y describía fenómenos).

Por contraste, “En Bollingen estoy en el medio de mi verdadera vida [in meinem eigentlichsten Wesen, lit., ‘en mi más verdadera naturaleza’ (o esencia)], soy más profundamente mí mismo. Aquí soy, por así decir, el ‘anciano hijo de la madre.’ Es así como lo pone la alquimia muy sabiamente, pues el 'viejo', el 'anciano', a quien yo ya había experimentado siendo un niño, es la personalidad Nº 2, que siempre ha sido y siempre será. Existe fuera del tiempo y es el hijo del inconsciente maternal...” (Jaffé, 1989, p. 225). “Por momentos me siento como si me dispersara sobre el paisaje y por dentro de las cosas, y como si yo mismo estuviese viviendo en cada árbol, en el sonido de las olas, en las nubes y en los animales que vienen y van, en la procesión de las estaciones. . . . aquí hay espacio para el reino inespacial del más allá de la psique y del mundo” (ibíd., p. 225ff.). Estos sentimientos, cuando ocurren, pueden ser auténticas y hermosas experiencias. Pero mientras que para la conciencia verdaderamente moderna, en tanto que experiencias auténticas, no serían más que acontecimientos particulares, subjetivos, en la propia psicología personal, contingente y metafísicamente indiferentes, Jung les da un estatus ontológico como expresión de su “eigentlichste Wesen” y del “reino inespacial del más allá de la psique y del mundo”. Claramente, en Bollingen, Jung todavía es no-nato. “Bollingen” es el lugar (topos), que tiene la función de permitir que Jung retenga el estado de no-nato en el nivel lógico aunque sin embargo ya haya nacido literalmente.

La forma superlativa (in meinem eigentlichsten Wesen, mi más verdadera naturaleza) resulta reveladora aquí. La relación de Küsnacht y Bollingen, afuera y adentro, no es la de verdad y falsedad, sino la de verdad y más verdad (o lo más verdadero), eigentlich y eigentlichst. Se podría esperar que la “eigentliches Wesen”, “verdadera naturaleza”, fuese suficiente. Pero Jung utiliza el superlativo, que tiene el efecto no intencional de debilitar el significado y al mismo tiempo sugerir que la experiencia Bollingen no es el autodespliegue inocente de su verdad, sino, una estilización secundaria. “Bollingen” es sólo un pequeño oasis en medio del mundo moderno, una pequeña psico-Disneylandia privada. “Küsnacht” por el contrario, está en todas partes. Y Bollingen no es un resto auténtico original del mundo anterior en medio del mundo moderno. Es–obviamente–una construcción artificial que ha llevado a cabo el Jung de Küsnacht. Por lo tanto, lleva su secundariedad escrita en su rostro.

Mientras que en Küsnacht Jung es consciente del nivel de Acuario, en Bollingen es el pez que nada en las aguas. Es notable en este contexto que Beckett cuenta que escuchó a Jung hacer el siguiente comentario después de una conferencia acerca del caso de una joven, “Del modo más fundamental ella nunca había nacido verdaderamente. Yo también, siempre he tenido la sensación de no haber nacido nunca”. (66) Su psicología, que él con frecuencia llamó la “psicología de lo inconsciente”, es la teoría y el programa elaborados de la no-natez.

Jung se nos presenta con el ropaje del científico, pero interiormente está vestido en la gloria de las vestiduras míticas del “anciano hijo de la madre”. Oficialmente es el hombre moderno completamente adulto (psicológicamente), pero en privado es el hijo grandioso de la madre arquetipal. Oficialmente se muestra en su desnudez metafísica, pero en su interior esconde la majestad de un “actor en el drama divino de la vida”. ¿No es acaso Jung el mismo “mendigo que se viste en vestiduras reales, el rey que se disfraza de mendigo” (Jung, 1954a, § 28), y contra lo cual él mismo nos advirtió?

W. Giegerich

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