domingo, 8 de marzo de 2009

Psicología y verdad (1): Acteón y Artemisa

Con frecuencia he hablado en este blog del tema de la verdad, y en especial de la verdad no-representacional, es decir, no entendida como “adecuación” entre “el pensamiento” (o un enunciado) y “la cosa” (lo enunciado) -una verdad que daría por supuesta una escisión entre un conocedor y lo conocido, y que sería entonces una “correspondencia” entre dos polos ya dados y nunca puestos en cuestión. Por ello con frecuencia he mencionado a Hegel, a Heidegger y, especialmente, a Wolfgang Giegerich.

Es éste gran psicólogo quien ha puesto en primer plano el tema de la verdad y la psicología, haciéndose eco de la antigua afirmación platónica: “el alma es el órgano de la verdad”. En su obra “The Soul's Logical Life” (La Vida Lógica del Alma), Giegerich considera que el mito de Acteón y Artemisa no es sino el mito del Concepto (viviente), de la Noción (idea), y como tal de la noción de Verdad -y de la noción de una verdadera psicología. La noción de Verdad y de psicología verdadera se presentan en las imágenes de la caza y de lo agreste. Puesto que interpretar una historia significa “dar la noción -el concepto- de la historia”, la interpretación de este mito equivaldrá a dar la noción de la caza y, por lo mismo, la noción de la Noción.

Puede resumirse el mito de Acteón y de Artemisa, según lo narra Ovidio en sus Metamorfosis, de la siguiente manera:
Acteón es un joven que se preparaba para ir de caza y se encontró con la Diosa Artemisa (Diana) mientras ésta se bañaba con sus ninfas. Mientras Artemisa se bañaba allí, Acteón, nos cuenta Ovidio, “con pasos inseguros a lo largo del bosque desconocido, se encontró en el bosquecillo sagrado -obra del destino. Tan pronto como se acercó al bosquecillo, humedecido por los arroyos, las ninfas a su vista se golpearon sus pechos, ya que estaban desnudas, y llenaron el soto con sus gritos. Entonces entrelazaron sus cuerpos en círculo alrededor de Diana. Pero la Diosa era más alta que ellas, y su cabeza y sus hombros sobresalían... Tomó agua de la fuente, empapó con ella al rostro masculino y salpicó el cabello de Acteón con la humedad... Y sobre la cabeza mojada le hizo crecer los cuernos de un viejo ciervo”. Transformado ahora en un ciervo, Acteón ya no fue reconocido como su amo por sus propios perros de caza, que se volvieron contra él y lo desgarraron...

Giegerich insiste en el principio de que lo que narrativamente parecen diferentes acontecimientos o estadios en un desarrollo, tienen que considerarse psicológicamente como diferentes determinaciones o “momentos” de una y la misma “verdad”, y que en el caso especial del mito de Acteón, esta “verdad”, que narrativamente se ha traducido en una historia dramática, es la verdad particular o la noción de la Noción el Concepto -la noción de la Verdad misma. Así, pueden distinguirse seis “momentos” que reclaman atención, en esta historia:
1) La caza. El cazador
2) El ingreso en la selva desconocida. Lo agreste
3) Este momento por ahora permanece como un misterio que saldrá a la luz a lo largo de la discusión.
4) Contemplar a la Diosa Artemisa desnuda
5) La transformación en ciervo, y finalmente
6) ser desgarrado por los propios perros de caza

Giegerich quiere pensar el mito, habitar sus imágenes y fielmente seguir el movimiento y la interconexión de sus diferentes momentos. Esto equivaldría a dejar que cada determinación del mito se funda en la propia boca. Con esta metáfora acentúa dos aspectos: pensar y comprender no es romper violentamente cada motivo desgarrándolo con los dientes. Es más bien como dejar que se disuelva por sí mismo y que ofrezca él mismo su significado interior. Además, “dejar que se disuelva en la boca” implica un proceso lento. No hay prisa, no hay saltar de un motivo al otro, ni dejarse llevar por la dinámica de la historia hacia su resultado final. Cada motivo o determinación se aprecia en su propio derecho. Tiene su vida lógica y su propio “fin” (telos, finis) en sí mismo. Así, debe agotarse y si ha de haber una transición al próximo motivo, esto debería ocurrir como resultado de este agotamiento, de modo que la determinación presente se abra "naturalmente” a la siguiente desde su propio interior.
Giegerich insiste en que “al concentrarnos exclusivamente en las complejidades internas de nuestro cuento, traemos nuestro interés teórico más amplio. Una de las cuestiones que nos guiará, como debiera guiar todo trabajo psicológico y psicoterapéutico, es la pregunta fundamental: ¿qué es la psicología, qué es el alma?”

La primera determinación
La Noción es el alma en tanto que (deseo de) conocimiento, el alma en ese momento “arquetipal” de su auto-relación en el cual se conoce, se comprende a sí misma. La Noción o el Concepto no debe confundirse con el concepto abstracto de la lógica formal, que es estático y comparable a una mera etiqueta que se pega sobre las cosas, en la medida en que tiene su referente fuera de sí. Por el contrario, la Noción tal como Giegerich la entiende es en sí misma movimiento, el movimiento o camino del alma para hallarse y conocerse. Porque el alma está en camino hacia sí misma, no está aún allí. Por esta razón, no puede entender aún que lo que está en camino es "ella misma”; aún se imagina como una meta lejana, separada de ella. Aparece como un otro, como el Otro, hacia el cual sin embargo se siente apasionadamente atraída o impulsada -y esto es necesario, en tanto que, aunque no lo advierta, este (aparente) Otro es ella misma, o su verdadero ser (Self), su propio ser. Es por esto que Acteón es presentado como cazador. La primera determinación de la Noción es la resuelta intencionalidad, el deseo apasionado de hallar al Otro desconocido, bajo la forma de un otro, de alguna presa.

Ya la idea de una caza (filosófica, y no psicológica), la “caza del (verdadero) Ser” ocurre en Platón, por ejemplo en su Fedón 66 c2. Nicolás de Cusa habló de la venatio sapientiae, la caza de la sabiduría, y Giordano Bruno, que dio una interpretación filosófica muy importante del mito de Acteón en sus Eroici Furori (De los furores heroicos), continuó tal tradición al ver a Acteón como el intelecto en tanto que capacidad racional más elevada, que va a la caza de Artemisa/Diana, como imagen de la nuda veritas, la verdad desnuda. Si bien Giegerich menciona estos antecedentes, deja claro que en su caso el interés no es filosófico, sino psico-lógico, lo cual es en todo caso filosofía superada (aufgehoben, sublated)

Así Acteón se presenta como el deseo apasionado de aprehender y comprender este Otro desconocido (la presa), la voluntad de apuntar y disparar implacablemente, de alcanzar y penetrar: de matar. La voluntad de “matar” es aquí la primera manifestación del compromiso absoluto con el Otro, del anhelo de impartirse uno mismo (todo el propio ser) en el otro en un momento de contacto último.

Segunda determinación: el bosque original o la auto-exposición a la Alteridad (Otredad)
Pero Acteón vaga al azar (Ovidio dice “con pasos inseguros”) a través del “bosque desconocido”. No comienza llevando como equipaje ninguna idea preconcebida acerca de la caza (cómo tendría que ser la caza, qué presa debiera cazar y dónde debiera hallarla). El cazador no se ha enfocado aún en nada particular. Aunque hay un compromiso apasionado con el Otro (primera determinación), no está predefinido positivamente para nada lo que este Otro sea y dónde y cómo se manifestará. Es verdaderamente desconocido. Hay una completa apertura, una receptividad por su parte respecto a qué presa se presentará, si es que se presenta alguna. La idea en cuestión es que la presa debiera presentarse por sí misma, por su propio elección. De otro modo, si Acteón anticipara lo que debería ocurrir, su movimiento hacia el bosque original se traicionaría a sí mismo: aunque literalmente se dirigiera allí, sin embargo de hecho y efectivamente acabaría en o permanecería en el reino domesticado, civilizado, puesto que justamente éste es el reino del control y la predecibilidad. “La Noción” no significa “masacre” o un “animal” que ya está (de hecho o imaginalmente) cercado o domesticado, no significa la comprensión conceptual de un objeto pre-parado. Para Acteón la caza no es meramente un interés práctico a fin de encontrar comida o tener éxito, sino que es también la aventura (que se relaciona con “advenimiento”) de un verdadero encuentro, el encuentro con un Otro que es libre, que es una subjetividad por sí mismo, y que dispone de una verdadera oportunidad. Sólo entonces puede ser un encuentro con la Verdad como tal, con la propia verdad del alma, aún cuando sea la verdad bajo el aspecto impredecible y particular de esta o aquella presa.
De modo que se preserva la apertura, y no se aspira a la total eficiencia. Esto puede hacer más evidente el “barbarismo” de nuestra cultura tecnológica con su despiadado culto de la “eficiencia” (explotación de la selva húmeda, pesca desmesurada industrializada a gran escala, minar una tonelada de la montaña para extraer tres gramos de oro, para mencionar sólo tres ejemplos patentes, a los cuales conviene añadir, hablando de psicología, el nuevo culto de la “eficiencia” en la psicoterapia)
En nuestro mito no hay situación de laboratorio, en la que alguna materia tendría que preservarse inevitablemente en un tubo de ensayo o a cuyas pruebas se someten animales especialmente criados y preservados, para responder a un conjunto de cuestiones previamente formuladas. En nuestro mito no hay hipótesis que tenga que validarse ni hay una caza tal que la presa se vea encerrada por todos los lados y "atrapada". Por el contrario, hay un aventurarse en una extensión infinita del bosque original, un salir hacia "la tierra de nadie", como dice Jung en sus Recuerdos, Sueños y Pensamientos. Usando las formulaciones de Jung, Giegerich puede decir que Acteón es el “hombre... que, impelido por su daimon, va más allá de los límites de” la esfera de lo familiar, y así “entra verdaderamente 'en las regiones inexploradas e inexplorables' , donde no hay rutas en mapas ni ningún refugio que ofrezca un techo protector sobre su cabeza. No hay preceptos que le guíen cuando se encuentre con una situación imprevista...”. Tal aventurarse equivale a una osada auto-exposición a lo desconocido y a sus peligros. Por este auto-riesgo, Acteón no sólo está de hecho y literalmente, sino también esencialmente (lógicamente) en lo agreste, en lo indómito, en la infinitud, en el mundo antes de ser positivizado, definido y compartimentado. Lo agreste no es un lugar determinado. Es un modo psicológico de-ser-en-el-mundo o un estadio lógico desde el cual se contemplan la vida y el mundo. Está en cualquier sitio donde tome lugar la implacable auto-exposición a lo desconocido en su infinitud y con su impredecibilidad. “Lo agreste” (wilderness), lo salvaje, es una metáfora para la negatividad lógica del alma. Acteón entra, por así decirlo, en el reino de la “pre-existencia” en el sentido de lo lógicamente anterior (pre) a lo fáctico, a lo objetivizado, a lo exterior (existencia)
¿Qué es lo que en verdad caza Acteón cuando sale a cazar alguna presa? Está a la caza la vida lógica del alma y de la negatividad de la lógica. Esto es lo que le da a la caza el poder de una pasión compulsiva (Para alguna gente, la caza en el sentido literal tiene aún hoy este poder compulsivo, aunque si se les preguntara en un cuestionario por aquello tras lo cual efectivamente van de caza, no responderían “el reino de la negatividad lógica”). Si Acteón sólo buscara algo positivo, no tendría que penetrar en lo agreste, lo salvaje. Podría matar una vaca o una cabra. Lo agreste es el reino de la negatividad lógica, así como opuestamente todas las cosas positivamente dadas pertenecen a la esfera “domesticada”, que es la esfera de la positividad (la realidad positiva). Hay que tener en cuenta que Acteón no sólo busca algo positivo, pero lo que busca también es positivo. La “presa” (ya sea literal o metafórica) es positiva. Pero no se ve limitada ni confinada en su positividad. Es siempre más. Tiene también una cualidad “numinosa”, que es lo que hace en primer lugar que valga la pena “cazarla”.
Así, las dos primeras determinaciones de la Noción que encontramos en este mito son contradictorias; absoluta dirección y la voluntad de apuntar y matar por un lado; receptividad, falta de dirección y auto-exposición por la otra. Pero estas dos determinaciones son ambas intrínsecas a esta única noción: la caza. La posición representada en la imagen de Acteón, el cazador, no es o bien la de “cercar al Otro” o bien la de “exponerse uno a ello” como a algo que podría sobrevenirle desde cualquier lugar de lo agreste alrededor de uno. No, es la unidad contradictoria de cercar al otro y a la vez estar rodeado por ello por todos los lados. Es un apuntar, incluso un matar al Otro que sin embargo deja al Otro completamente libre e intacto (como se aclarará más adelante). Pensar esta contradicción absoluta es la tarea que, según Giegerich, nos plantea el comienzo de este mito.