viernes, 21 de noviembre de 2008

James Hillman: Divergencias (2008)


Actualmente (noviembre 2008) se está llevando a cabo un Seminario en Sao Paulo, por iniciativa de Marcus Quintaes, sobre la polémica Hillman/Giegerich, que en la web del Centro está ilustrada en los artículos “Matanzas” y “Una vez más la cuestión realidad/irrealidad”. Con ocasión de este seminario, ambos psicólogos enviaron una carta a Quintaes quien, amablemente, me las ha remitido y me ha autorizado a traducirlas y divulgarlas. A continuación puede leerse la carta de James Hillman, trad. de Enrique Eskenazi:

Tanto Wolfgang como yo somos “hijos de Jung”. Él es nuestro común punto de partida en este contexto de su seminario. Pero hay diferentes “Jungs” y muchos otros hijos e hijas. No estoy seguro de cuál pasaje o idea de Jung está el point de départ de Wolfgang; el mío está en las Obras Completas de Jung, vol. 6, donde Jung escribe que la fantasía crea diariamente la realidad, y donde el término “imagen de la fantasía” no proviene, según dice, de la referencia a un objeto externo, sino que es más análoga a su uso poético.
En otros sitios, Jung habla de los complejos, que forman la estructura de la psique y son su fuente energética, como “Dioses”. Esto me sugiere que toda la cuestión de la psique, y por supuesto también de la psicología, no sólo es un tipo de mitología, sino que nuestras vidas, fundándose en los complejos, se captan mejor mediante los mitos, los mitos definidos como narrativas y/o rituales en los que interactúan los humanos y los Dioses.

Debiera buscar las citas precisas, pero ésto es una carta, y yo me estoy volviendo mayor.

Cuando imagino aún más estas ideas de Jung, cuando sueño el mito aún más, como también dijo él, voy a la mitología, a textos en los cuales aparecen los Dioses y a aquellos que han captado mejor la psicología que se llama mitología tal como Kerenyi, y Otto y Vernant, etc. Y, si tomo seriamente lo fundamental de la imagen (ver López-Pedraza), tengo que ir a Corbin y también a Durand y especialmente Bachelard a fin de explorar la realidad imaginal y la realidad psíquica basada en la imaginación. Mi "Ensayo sobre Pan", a comienzos de los 70, arrancó en esta dirección.
Para mí el logos del alma no es una lógica, ni es el alma misma un logos. El logos del alma se muestra en su capacidad de expresarse ella misma en palabras, de dar cuenta de sí, describirse, decir su verdad, y este logos es ilimitado (como ya ha dicho Wolfgang) y no necesariamente sólo lógico o sintáctico. Su logos, el logos de la psique, la psicología, puede aparecer tanto en imágenes como en el pensamiento.

Me gusta la idea de Giegerich de que la psique es (también) pensamiento y que hacer-alma es (también) pensar. En su respuesta a Marlan 8en el ensayo que generosamente aportó al libro que Marlan editó en mi honor, p. 204), Giegerich escribe que pensamos en palabras de lenguaje y no en imágenes. Yo diría justamente lo contrario. Las palabras son ellas mismas imágenes. La historia del lenguaje tal como la supusieron Bartfield y Vico sugiere que las metáforas polisémicas y las analogías poéticas originaron los conceptos denotativos y la univocidad de significado. El lenguaje nunca puede liberarnos de su madre primordial, lo sensorial, lo natural, lo físico, la implicación de un anima mundi- un alma en y de un mundo natural, aún cuando ese mundo natural siempre es "innatural". Porque es también psique, piensa e imagina y tienes una inteligibilidad inherente.

¿Debemos dar prioridad a la palabra sobre la imagen o a la imagen sobre la palabra? Si, empero, hacemos este movimiento en una u otra dirección, ¿cuáles podrían ser las consecuencias? Primero la imagen significa una psicología que es estética y está inmersa en el cosmos. Primero las palabras ofrece un “corte” psicológico, como dice Wolfgang, de toda fisicidad, excepto la mente humana (¿de dónde sino las palabras, de dónde sino el lenguaje?), o divina como anuncia S. Juan en el Cuarto Evangelio.

En nuestra divergencia, Wolfgang y yo no escribimos mucho sobre terapia, en estos días. Yo sólo hago una “terapia de las ideas” en público (escritos y conferencias), ya no con individuos. Creo que él continúa con sus sesiones privadas. Podría parecer que he abandonado el barco terapéutico. Pero puesto que considero que los desórdenes emocionales están sujetos a un re-ordenamiento mediante la imagen (El “spectrum” de Jung, O. C., 8), y que la imaginación desordenada es curable, como sugiere Vico, mediante el mito, creo que continúo haciendo terapia.

Una divergencia importante es cómo miramos a la historia. Y aquí, Marcus Quintaes, me dirijo tanto a Ud. como a Wolfgang. Cuando mi obra se mira través de la lente de la cronología, entonces se descubrirá temprano, medio, y tardío, etc.; entonces se cae en ideas de progreso y regreso, de desarrollo, así como en conflictos internos entre una así denominada “fase” y otra más temprana o posterior. Entonces algo diferente en un artículo de lo que está en otro se reconcilia como retracción o corrección.

Si, empero, se mira a la obra escrita con la lente de la imagen, como cuadros o piezas de música, entonces pueden diferir ampliamente una de otra sin que tengan que cumplir la idea de consistencia cronológica. Cada pieza de música compuesta (digamos, por Villa-Lobos) vale por sí misma, triunfa o fracasa tal como es y sólo se conecta con lo anterior o lo posterior desde una perspectiva "externa". Los cuadros en una retrospectiva (digamos, de Picasso), incluso aquellos cronológicamente ordenados de cuarto en cuarto, “ útilmente” iluminados por textos biográficos sobre las paredes, son, sin embargo, son “singularidades”. ¿Por qué mirarlos con un ojo general ajeno al pintor -y a los cuadros?

Este enfoque imaginal, si se quiere, puede también aplicarse al estilo de ataque de Giegerich. Imagine su empleo de una espátula, papel de lija y pinceles tensos, y duros y espesos trazos negros para resaltar las diferencias, para romper a través de las convenciones. Piense en el Stravinsky temprano; Shostakovich. La agresividad puede ser una necesidad retórica; y así sus devastaciones de Freud y de Jung, o de mí, no deben tomarse literalmente como personalmente ofensivas.

Creo que Giegerich tiene un fino sentido de la historia, y que considera el pasado como algo que puede ser, o que incluso ha sido, superado, al menos sobrepasado (aufgehoben). Creo que hace una movida cronológica, no sólo una movida lógica -aunque parece que se detiene con Hegel. A mi obra, tal como lo es la de Jung para Wolfgang, yo la llamaría pre-hegeliana, no meramente no-hegeliana. Por lo tanto Wolfgang está justificado en sostener que Jung se quedó corto y que yo soy un nostálgico y un escapista del presente histórico actual. Veo una fusión de lógica y temporalidad en mi comprensión de su pensamiento.

¿Tiende él a literalizar tiempo e historia? Yo tiendo a imaginar el pasado más al modo de lo que San Agustín llamó memoria -esto es, imaginación expresada en tiempo pasado. “El pasado”, dijo William Faulkner, “no está muerto. Ni siquiera está pasado”. Voy al pasado en busca de semillas y de sostén. Tomo de ella lo que necesito y usualmente ignoro su “historia”. De este modo soy tanto un clásico como un romántico. Estoy menos seguro, pienso, que Giegerich acerca de un movimiento dialéctico hacia adelante en el pensamiento humano.

Como sabe, Wolfgang considera que los mitos clásicos son obsoletos. ¿No está pensando aquí a) temporalmente, b) literalmente, c) positivistamente? No son obsoletos para el arte que aún recurre a ellos, en el cual todavía aparecen. La categoría misma de “obsoleto” depende del literalismo temporal. La huída del determinismo temporal es uno de los anhelos de muchos de mis escritores favoritos -incluido Jung con su trabajo sobre la sincronicidad. Para Plotino el tiempo está en el alma (es un fenómeno psicológico) en lugar de estar el alma en el tiempo.

Marcus, ¿por qué mirar mi obra en estadios? ¿Recuerda la afirmación de Picasso? “No me desarrollo. Soy”. El tiempo no cambia las figuras básicas en la alfombra, los temas dominantes que le fascinan a uno a lo largo de su vida.

Por ejemplo mi ocupación con lo dionisíaco ya está allí, aún sin nombrar, en el libro de 1960 “Emoción”; en la sublime y horrorosa atracción del Inframundo en “Suicidio y el Alma” (1964); “El Sueño y el Inframundo (Dionisos, Hades, Plutón)”; la Lección en Eranos (1969) donde es el movimiento final concluyente; y por supuesto en “Un Terrible Amor por la Guerra”. Otro ejemplo: mi devoción por el anima está tanto en el libro llamado “Anima”, en “Traiciones”, en los ensayos sobre la plata, y en el capítulo del ánima en “Insearch” (1967), así como en las más recientes lecciones sobre Afrodita. Estos temas son constantes saturninas visitadas en diferentes momentos para diferentes ocasiones. No progresan. Ninguno ha sido resuelto. ¿Por qué tratar de organizar sus lecturas siguiendo la estrecha flecha del tiempo? Lo que trae a cuento la predilección de Wolfgang por esta metáfora (el Wurf- lanzamiento- hacia adelante de la lanza)

Una palabra de precaución cuando se envuelve una diversidad de productos en un solo paquete. Hay que tener cuidado con las categorías usadas para envolverlos. No emplee papel de periódicos. David Tacey y Andrew Samuels, por ejemplo, me envuelven en la simplificación periodística. Pero a veces el material es demasiado recalcitrante para quedarse dentro de una caja, especialmente si retiene una energía animal innata que patea y sacude al ser envuelta.

De modo que ahora ¿adónde conducen nuestras divergencias? Indudablemente, como Ud. señaló, confieso estar inspirado o movido marcialmente. Pero entonces, se quiera o no, esto implica a Venus -y con Venus vienen toda la fascinación y las blanduras de las que Giegerich acertadamente me acusa en mis escritos y en la psicología arquetipal. Sí, como señaló hace algún tiempo Ginette Paris, mi obra representa y está apasionada por el anima, tanto como la de Wolfgang deliberadamente, brillantemente, implacablemente y exhaustivamente procede de y con animus.

Wolfgang y yo probablemente tenemos una relación divergente con el viejo Saturno. Yo intento rendirle homenaje no sólo explorando el “sénex” en profundidad, sino principalmente intentando impedir que devore mis ideas más profundas y que acaben en negatividad. A veces tengo el presentimiento de que Wolfgang se ha vuelto su devoto. Cuando leo sus ensayos, su visión saturnina del mundo contemporáneo, el acento en el tiempo, en el orden sintáctico, en la negación, y las imágenes del cuchillo, la bomba y Acteón brutalmente atacado, o la idea misma de sublación (superación), pareciera haber una obliteración, una sequedad, una hegemonía omni-devoradora. Mantenerme en mi propio sendero y alejado del suyo es también contrafóbico por mi parte. No quiero que mi obra sea devorada en la resolución universal de la lógica hegeliana. Anima tiene que permanecer parcialmente “inasible”.

De modo que le pregunto: ¿qué hay de inválido en la seducción como método psicológico? Incluso los sofistas y su sofistería desarrollaron una psicología y fueron maestros efectivos. ¿Qué hay de malo en erosionar categorías a fin de despertar la ambigüedad del intelecto? ¿Qué hay de malo en la retórica con velos, en ofrecer la promesa de una clara y definitiva desnudez sin llegar nunca efectivamente a ello? ¿Qué hay de malo en las flores, los excesos, las olas de emoción, y en desaparecer (como Dionisos) al ser atacado? (Creo que Walter Otto cuanta varias historias de la desaparición de Dionisos al ser amenazado, incluyendo cuando recurrió a las Musas (!) y cuando desapareció en las profundidades del mar)

En estos diez o más últimos años con frecuencia me han incitado a responder a Wolfgang. Es un viejo amigo, y he fallado en honrar la amistad con una respuesta seria a sus esfuerzos extraordinarios. Había dos barreras en el camino. Sentía que era demasiado esfuerzo para hacerle justicia: revisar argumentos, re-releer sus textos antiguos y estar al tanto de los nuevos, explicar mis palabras e intenciones. Sé que este tipo de respuesta no es realmente necesaria, puesto que él ha entendido muy bien lo que he escrito. No es necesaria una defensa ulterior. Fuera lo que fuere lo que yo replicase, nos dejaría adonde ya estamos: amigos que divergen.

Además, confieso que sentía que responder era una distracción del continuo flujo de las cosas que yo quería iniciar o completar.

Acaso, Marcus, Ud. sepa que nunca respondo a los que revisan mis obras ni discuto con los críticos, aunque intento digerir sus críticas. Porque soy tan marcial, responder significa o bien la defensa o bien el contraataque, y prefiero evitar los desafíos del combate. Prefiero imaginar.

Replicar plantea la oposición -tal como en el seminario que Ud. propone y al cual envío esta carta. Las oposiciones, sin embargo -a menos que las imagine literalmente como tales- pueden también imaginarse como caminos divergentes. Seguimos senderos paralelos y nos comprometemos con la geografía por la que pasamos, de modo diferente. Ud. sabe que he trabajo sobre el “oposicionalismo” en muchos de mis escritos, hallándolo especialmente tóxico en el pensamiento sistemático de Jung. Wolfgang también ha trabajado una y otra vez sobre el oposicionalismo en la herencia cartesiano-kantiana, con la idea de sublación (superación) y la dialéctica hegeliana. No hay discusión aquí. Además, la discusión es un modo de animus que él ha dejado muy en claro que no es mi modo. Termino con una sonrisa.

James Hillman
Thompson, CT 2008