jueves, 28 de junio de 2007

Mario Satz: La miel de la sabiduría

LA CASA DEL CANTO
La auténtica sabiduría es una cierta dulzura por encima de las amarguras de la vida

Mario Satz os invita a participar el día sábado 7 de julio de 2007 y en su estudio de Valldoreix, Paseo del Rosal 22, del seminario La miel de la sabiduría. En un ambiente relajado e íntimo compartiremos ideas y sentires.

El programa será el siguiente:
Sansón, el león y la miel
Las palabras sagradas y la miel, Salmo 119
Cristo, la roca dadora de miel
La lengua y los sabores
La miel y el simbolismo del centro

Bibliografía:
Eva Crane: El libro de la miel, Fondo de cultura, México 1985.
Ransome: The sacred bee in ancient times and folklore, Londres 1937.
Marcel Granet: El pensamiento chino, México 1959.


El seminario comenzará a las diez de la mañana y durará hasta las seis de la tarde. El precio será de 70 euros por persona y la comida se hará en el restaurante Gran Mundo de Valldoreix. Confirmar asistencia al 93-590 05 40.

domingo, 17 de junio de 2007

Heidegger y la cuestión del pensar

He realizado una selección de momentos de un documental alemán con subtítulos en francés, en la que puede apreciarse al gran pensador hablando de los siguientes temas:
el pensar y la educación, Marx y la transformación del mundo, filosofía y práctica, religión y creencia, la cuestión por el ser y la condición humana, el conocimiento científico y el pensar, el olvido del ser y la ausencia de ideas, la esencia de la técnica, el fin de la filosofía, el lenguaje y el pensamiento por venir

sábado, 16 de junio de 2007

Avicena y el relato del pájaro

El alma ha sido frecuentemente imaginada como un pájaro. Baste recordar el adagio de Ficino: el hombre es aquel pájaro que cree arrastrarse porque ve su sombra deslizarse sobre las superficies.

Como dice Corbin en "Avicena y el relato visionario": “El pájaro está todavía al nivel de un símbolo, de Imagen por la que el alma se medita y se presiente a sí misma. Pero la visualización puede llegar a ser tan intensa y el alma puede transformarse tan íntegramente en visión, que el símbolo se desvanece en el brillo de la transparencia; es entonces su propia Imagen, su Sí mismo, lo que el alma capta de repente no ya bajo una especie simbólica, sino como visión directa e inmediata”.

Dentro de la comprensión neoplatónica, el hombre ha olvidado su origen (lo Original) y se ha acostumbrado a su prisión (la caverna platónica, la jaula del pájaro). De allí una tradición de relatos que convocan a la libertad esencial. Avicena, en su relato, escribe: “acabamos por olvidar a qué degradación había llegado nuestra situación, perdimos la conciencia de nuestras cadenas y de la angostura de nuestra cárcel y nos abandonamos a la inoperancia”, y a continuación describe los diversas etapas del "retorno" al origen.

Puedes leer este hermoso relato aquí

sábado, 9 de junio de 2007

Construir, habitar, pensar...

Acabo de colgar en la web del Centro el artículo de 1951 de Martin Heidegger: “Construir, Habitar, Pensar”, en el que entre otras cosas puede leerse:

Las construcciones destinadas a servir de vivienda proporcionan ciertamente alojamiento. Hoy en día pueden incluso tener una buena distribución, facilitar la vida práctica, tener precios asequibles, estar abiertas al aire, la luz y el sol; pero: ¿albergan ya en sí la garantía de que acontezca un habitar ?

…construir no es sólo medio y camino para el habitar. El construir ya es, en sí mismo, habitar. ¿Quién nos dice esto? ¿Quién puede darnos una medida con la cual nos sea factible medir de un cabo al otro la esencia del habitar y el construir?
La exhortación sobre la esencia de una cosa nos viene del lenguaje, en el supuesto de que prestemos atención a la esencia de este lenguaje. Sin embargo, mientras tanto, por el orbe de la tierra corre una desenfrenada carrera de escritos y de emisiones de lo hablado. El hombre se comporta como si fuera él el forjador y el dueño del lenguaje, cuando en realidad es el lenguaje el que es y ha sido siempre el señor del hombre. Tal vez, más que cualquier otra cosa, la inversión, llevada a cabo por el hombre, de esta relación de dominio es lo que empuja a la esencia del lenguaje a lo no hogareño. El hecho de que nos preocupemos por la corrección en el hablar está bien, sin embargo no sirve para nada mientras el lenguaje siga sirviendo únicamente como un medio para expresarnos. De entre todas las exhortaciones que nosotros, los humanos, podemos traer desde nosotros al hablar, el lenguaje es la suprema y la que en todas partes es la primera.

Entonces ¿qué significa ich bin (yo soy)? La antigua palabra bauen, con la cual tiene que ver bin, contesta: «ich bin», «du bist» quiere decir: yo habito, tú habitas. El modo como tú eres, yo soy, la manera según la cual los hombres somos en la tierra es el Buan, el habitar.
Ser hombre significa: estar en la tierra como mortal, significa: habitar. La antigua palabra bauen significa que el hombre es en la medida en que habita; la palabra bauen significa al mismo tiempo abrigar y cuidar; así, cultivar (construir) una tierra de labranza (einen Acker bauen), cultivar (construir) una viña. Este construir sólo cobija el crecimiento que, por si mismo, hace madurar sus frutos.
Construir, en el sentido de abrigar y cuidar, no es ningún producir.

Los dos modos del construir — construir como cuidar, en latín collere, cultura; y construir como levantar edificios, aedificare — están incluidos en el propio construir, habitar. El construir como el habitar — es decir, estar en la tierra, para la experiencia cotidiana del ser humano — es desde siempre, como lo dice tan bellamente la lengua, lo «habitual». De ahí que se retire detrás de las múltiples maneras en las que se lleva a cabo el habitar; detrás de las actividades del cuidar y edificar. Luego, estas actividades reivindican el nombre de construir y con él la cosa que este nombre designa. El sentido propio del construir — a saber: el habitar — cae en el olvido.

El lenguaje le retira al hombre lo que el lenguaje, en su decir, tiene de simple y grande. Pero no por ello enmudece la exhortación inicial del lenguaje. Simplemente guarda silencio. El hombre, no obstante, deja de prestar atención a este silencio.
Pero si escuchamos lo que el lenguaje dice en la palabra construir, oiremos tres cosas:
1.° Construir es propiamente habitar.
2.° El habitar es la manera en que los mortales son en la tierra.
3.° El construir como habitar se despliega en el construir que cuida — es decir: que cuida el crecimiento — y en el construir que levanta edificios.
Si pensamos estas tres cosas, percibiremos una señal y observaremos esto: lo que sea en su esencia construir edificios es algo sobre lo que no podemos preguntar ni siquiera de un modo suficiente, y no hablemos de decidirlo de un modo adecuado a la cuestión, mientras no pensemos que todo construir es en sí un habitar. No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, es decir, en cuanto que somos los que habitan

El rasgo fundamental del habitar es este cuidar (custodiar, velar por). Este rasgo atraviesa el habitar en toda su extensión. Así, dicha extensión nos muestra que pensamos que el ser del hombre descansa en el habitar, y descansa en el sentido del residir de los mortales en la tierra.
Pero «en la tierra» significa «bajo el cielo». Ambas cosas co-significan «permanecer ante los dioses» e incluyen un «perteneciendo a la comunidad de los hombres». Desde una unidad originaria los cuatro — tierra, cielo, los dioses y los mortales — pertenecen a una unidad.

¿qué pasa con el habitar en ese tiempo nuestro que tanto da para pensar? Se habla por todas partes, y con razón, de la carencia de viviendas. No sólo se habla, se ponen los medios para remediarla. Se intenta evitar esta penuria haciendo viviendas, fomentando la construcción de viviendas, planificando toda la industria y el negocio de la construcción.
Pero, por muy dura y amarga, por muy embarazosa y amenazadora que sea la carencia de viviendas, la auténtica penuria del habitar no consiste en primer lugar en la falta de viviendas. La auténtica penuria de viviendas es más antigua que las guerras mundiales y las destrucciones. Más antigua aún que el crecimiento demográfico sobre la tierra y que la situación de los obreros de la industria. La auténtica penuria del habitar residen en el hecho de que los mortales primero tienen que volver a buscar la esencia del habitar; de que tienen que aprender primero a habitar.
¿Qué pasaría si la falta de suelo natal del hombre consistiera en que el hombre no considera aún la propia penuria del morar como una penuria? Sin embargo, en el momento en que el hombre considera la falta de suelo natal, ya no hay más miseria. La falta de una patria es, pensándolo bien y teniéndolo bien en cuenta, la única exhortación que llama a los mortales al habitar.
Pero ¿de qué otro modo pueden los mortales corresponder a esta exhortación si no es intentando por su parte, desde ellos mismos, llevar el habitar a la plenitud de su esencia? Llevarán a cabo esto cuando construyan desde el habitar y piensen para el habitar.

sábado, 2 de junio de 2007

Heidegger: pensar y representar

Acabo de publicar toda la cuarta lección de la primera parte de Qué significa pensar de Martín Heidegger

Esta obra, que ya fue una revelación en 1952, sigue “dando qué pensar” o, mejor aún, “ayudando hacia lo que hay que pensar” en un tiempo en que la re-presentación ha cubierto “lo real”.

En esta lección Heidegger afirma, entre otras cosas:

¿Qué sucede aquí, que el árbol se nos presenta y nosotros nos ponemos frente al árbol? ¿Dónde transcurre este presentar al estar nosotros frente y delante de un árbol en flor? ¿Acaso en nuestra cabeza? Indudablemente; muchas cosas ocurren tal vez en nuestro cerebro cuando estamos en un prado teniendo delante y percibiendo un árbol en flor con su resplandor y su fragancia. Hasta se puede hoy día mediante aparatos de transformación y amplificación hacer perceptibles acústicamente los procesos de la cabeza como corrientes cerebrales, haciendo un gráfico de las curvas respectivas. Se puede... ¡cómo no! ¿Qué no puede el hombre actual? Hasta puede a ratos ayudar, con este poder. Y está ayudando por todas partes con las mejores intenciones. Se puede... es probable que nadie de nosotros tenga siquiera un barrunto de todo lo que el hombre podrá hacer científicamente dentro de poco. Pero ¿dónde queda, por ceñirnos al caso que nos ocupa, con esas corrientes cerebrales científicamente registrables, dónde queda el árbol en flor? ¿Dónde queda el hombre? ¿No el cerebro, sino el hombre que acaso mañana se nos vaya muriendo y que en otros tiempos venía hacia nosotros? ¿Dónde queda el presentar en el cual el árbol se presenta y el hombre se coloca en el estar frente al árbol?
Presumiblemente en el presentar recién mencionado tengan lugar también diversos procesos en lo que suele describirse como la esfera de la conciencia, considerándola como lo anímico. Pero ¿está el árbol "en la conciencia" o está en el prado? ¿Se extiende el prado como vivencia en el alma o sobre la tierra? ¿Está la tierra en nuestra cabeza o estamos nosotros en la tierra?
Objetará alguno que sobran semejantes preguntas acerca de un estado de cosas que al punto es admitido por cualquiera como cosa que corresponde en justicia, puesto que para todo el mundo es más claro que la luz del día que nosotros estamos en la tierra y, siguiendo el ejemplo elegido, frente a un árbol. Mas no nos precipitemos demasiado al hacer esta concesión y no tomemos demasiado a la ligera lo que parece más claro que la luz del día. Pues, al primer descuido damos de mano a todo esto, tan pronto como las ciencias de la física, fisiología y psicología juntamente con la filosofía científica y todo el aparato de su documentación y pruebas, nos explican que propiamente no percibimos allí ningún árbol, sino en realidad un vacío sembrado a grandes intervalos de cargas eléctricas que circulan a enormes velocidades. No basta que admitamos, por así decirlo, sólo en los momentos que escapan a la vigilancia científica, que nos hallamos naturalmente frente a un árbol en flor, para asegurar un instante después con la misma naturalidad que tal opinión representa por supuesto solamente una concepción ingenua de las cosas, por ser pre-científica. Al asegurar esto, ya hemos concedido algo a cuya trascendencia apenas prestamos atención, a saber, que propiamente son las ciencias mencionadas quienes dictaminan cuales cosas del árbol en flor pueden tenerse por realidad y cuáles no. ¿Con qué título se toman las ciencias, a las que el origen de su propia esencia tiene que permanecer oculto, las atribuciones para emitir semejantes juicios? ¿De dónde les vine a las ciencias el derecho de determinar el lugar donde está situado el hombre, erigiéndose a sí mismas en patrón y medida de tales definiciones? Esto, empero, ya tiene lugar con sólo resignarnos en silencio a que nuestro estar frente al árbol sea únicamente una relación calificada de pre-científica con lo que seguimos todavía denominando "árbol". La verdad es que actualmente estamos más bien inclinados a repudiar el árbol en flor a favor de conocimientos físicos y fisiológicos que creemos ser superiores.

He añadido otras reflexiones de Heidegger alrededor del pensar, la belleza, la esencia de la técnica, la memoria (Mnemosine) y el olvido en esta nota