domingo, 3 de septiembre de 2006

Plotino: Sobre la Belleza



Acabo de añadir a la página de artículos del Centro, el maravilloso tratado de Plotino: Sobre la Belleza Inteligible

Este tratado de las Enéadas (V,8) es en sí un compendio de neoplatonismo, una mirada que hoy resulta sumamente ajena al estilo de vida Occidental y que, sin embargo, es el perfecto antídoto para las miserias a las que nos condena una visión del mundo esclava del literalismo (el imperialismo de "los hechos") e impermeable a la comprensión de lo anímico como otra cosa que un apéndice: ya sea biológico, cerebral, químico, social, económio o cultural.

Es así que resulta iluminador leer en este tratado de Plotino pasajes como los siguientes:

“La verdad es que la naturaleza, que produce obras tan bellas es ya de por sí bella, y lo es con gran prioridad; pero nosotros, que no estamos acostumbrados ni sabemos ver nada de lo del interior de las cosas, corremos tras lo de fuera desconociendo que es lo interno lo que nos mueve. Nos pasa lo mismo que si uno, mirando hacia su propia imagen, tratase de darle alcance desconociendo el original de donde proviene.”

“Allá (en la dimensión imaginal) es donde se da “la vida fácil” y la verdad es, además, su madre, su nodriza, su sustancia y su alimento -y contemplan todas las cosas, no “a las que compete el devenir”, sino a las que compete la Esencia, y se contemplan a sí mismos en los demás. Porque todo es allá diáfano y nada hay oscuro u opaco, sino que cada uno es transparente a cada uno y en todo, puesto que la luz lo es a la luz. Y es que cada uno posee a todos dentro de sí y ve, a su vez, en otro a todos los demás, y todo es todo, y el resplandor es inmenso, porque cada uno de ellos es grande, pues aún lo pequeño es grande. El sol allá es todo los astros, y cada astro es, a su vez, sol y todos los astros. En cada uno destaca un rasgo distinto, pero exhibe todos.Allá el Movimiento es puro; no lo enturbia en su curso un motor que sea distinto de él. El Reposo, por su ante, tampoco se ve turbado por el movimiento, porque no se mezcla con nada móvil. Lo bello es bello, no está en lo no bello. Cada uno no avanza por un país extraño, sino que el “en donde” de cada uno es su propia esencia, y sube como si dijéramos, arriba y su “de donde” sube con él: él y su sitio no son, por tanto, dos cosas distintas; porque su sustrato es la Inteligencia y él mismo es inteligencia, como si uno diera en creer que, en este cielo visible tan luminoso, esa luz emanada de él es la que constituye los astros. Pues bien, en el cielo de acá, un astro no puede constar de otro astro, y así cada astro no puede ser más que una parte. Pero en el Cielo de allá cada Ente consta siempre del todo, y así es a la ve cada uno y todo. Tiene, sí, visos de parte, pero se deja ver como todo para el de vista penetrante, para el que fuera tan agudo de vista como Linceo, que se decía que veía aun las entrañas de la tierra. Este mito de Linceo simboliza los ojos de allá.”

“Cabe comprender la grandiosidad y la potencia de esta sabiduría, por el hecho de que consigo lleva y consigo ha creado los Seres: todos van en su séquito; ella misma es los Seres; con ella nacieron; ambos son una misma cosa, y la Esencia es la sabiduría de allá. Pero nosotros no alcanzamos a comprenderlo, porque pensamos que las ciencias están compuestas de teoremas y de un cúmulo de proposiciones; lo que realmente no es verdad, ni aun en las ciencias de este mundo. Si alguno de vosotros duda de ello, prescindamos de estas ciencias por el momento, y centrémonos en la Ciencia de allá, la que con certera intuición Platón dice que “no es distinta del sujeto en que reside”.”

“en la región transcendente las cosas no han sido planeadas así porque tenían que ser así, sino que, porque son como son, por eso son bellas. Es como si, en el silogismo causal, la conclusión se anticipara a las premisas en vez de seguirse de ellas. No son resultado de una consecución lógica ni de una ideación, sino anteriores a toda consecución y a cualquier ideación, puesto que todo esto -razonamiento, demostración y prueba- viene después. Puesto que es principio, todas las cosas proceden espontáneamente y son como son. Y se dice con razón que no deben inquirirse las causas del principio, y más de un principio cual es el perfecto, que es idéntico al fin. Hasta tal punto que principio y fin son todo a la vez y de una manera completa”

“Represéntate, pues, mentalmente la imagen luminosa de una esfera, que contiene en su interior todos los seres, sea que estén en movimiento, sea que estén en reposo, o mejor unos en movimiento y otros en reposo. Reteniendo esta imagen, fórmate ahora otra suprimiendo mentalmente la masa. Suprime también el lugar y toda representación mental de la materia, y no trates meramente de sustituir esa esfera por otra de menor volumen, sino que, invocando al dios hacedor la esfera representada, suplícale que venga. Y vendrá: vendrá trayendo consigo su propio universo con todos los dioses incluidos en él, siendo uno y todos. Cada uno es todos consociados en unidad: diferentes por sus potencias, pero todos son uno en virtud de aquella única múltiple potencia, o mejor, el que es uno solo es todos, pues no se agota porque nazcan todos aquellos. Están todos juntos, pero a la vez cada uno está aparte en posición inextensa, dado que carece de toda forma sensible (si no, uno estaría en un sitio y otro en otro, y no sería cada uno todo en sí mismo) y no tiene partes distintas ni respecto a otros ni respecto a sí mismo, ni es cada uno a modo de una potencia fragmentada igual a la suma de sus partes mensuradas. Por el contrario, es una potencia total, infinita en alcance y en poder. Y es tan grande aquél dios que aun sus partes son infinitas. Porque ¿qué punto se podría aducir al que no extienda? Es verdad que también este universo es grande que todas las potencias que hay en él coexisten juntas; pero sería mayor, sería de una grandeza inefable si no llevara aneja una pequeña potencia corporal”

Contemplando, pues, Zeus -y aquellos de entre nosotros que estén como él enamorados- ese espectáculo, al final podrá ver la Belleza entera posada sobre todos los seres; la verá y compartirá aquella Belleza. Porque ésta refulge en todas las cosas e inunda de luz a los llegados allá de manera que aun éstos se embellezcan análogamente a como a menudo hombres que escalan parajes elevados cuyo suelo amarillea allá en la altura cobran el mismo color dorado de la tierra que pisan. Allá el color que tiñe la región transcendente es la Belleza, mejor dicho, allá todo es color y belleza en profundidad. Allá la Belleza no es un tinte superficial distinto de la realidad. Pero para quienes no han alcanzado la visión plena sólo cuenta el reverbero. En cambio, a quienes están empapados y como embriagados y saturados de néctar, como tienen el alma transida de belleza, les cabe el no ser menos espectadores. Porque no se trata ya de dos cosas extrínsecas, contemplante y contemplado, sino que el vidente de vista penetrante posee dentro de sí el objeto visto. Pero poseyéndolo, la mayoría de las veces desconoce que lo posee y lo mira como algo extrínseco, porque lo mira como objeto de visión y porque desea mirarlo. Ahora bien, todo cuanto uno mira como objeto de contemplación, lo mira como algo externo. Pero es menester desplazar la mirada y mirarse a sí mismo, mirar el objeto como una sola cosa consigo mismo, como idéntico a uno mismo, del mismo modo que quien estuviera poseído por algún dios, presa de Febo, o por alguna Musa, alcanzaría la visión del dios dentro de sí mismo, si fuera capaz de mirar a dios dentro de sí mismo.

Pero si alguno no es todavía capaz de verse a sí mismo cuando poseído por el dios proyecta, para verlo, el objeto de su visión, se proyecta a sí mismo y mira una imagen embellecida de sí mismo. Mas si prescinde de esa imagen, por bella que sea, aunándose consigo mismo y deja de escindirse por más tiempo, se hace una sola cosa a la vez que todas las cosas en compañía de aquel dios calladamente presente, y está con él cuanto puede y quiere. Y si luego se convierte a la dualidad, con tal de permanecer puro estará en antigüedad con aquél, de tal manera que pueda recobrar aquel estado anterior de copresencia si de nuevo se reconvierte a aquél. Y en esta reconversión reporta el provecho siguiente: en un principio tiene consciencia de sí mismo, mientras dura la alteridad; mas luego, apresurándose a adentrarse en sí mismo, recobra su integridad y, dejando atrás la percepción consciente por miedo a la alteridad, es y a uno allá en su interior. Y si deseare verse a sí mismo como objeto distinto, con ello se saca sí mismo afuera. Ahora bien, quien aspire a un conocimiento profundo de aquel dios, debe tomar como base un esbozo de aquel y tratar de lograr, por la investigación, un conocimiento más preciso, y así, una vez convencido de que se adentra en un espectáculo beatífico, debe adentrarse ya plenamente y convertirse ya de vidente en objeto de visión para otro que lo contemple resplandeciente con los esplendorosos pensamientos que dimanan de allá.

Y ¿cómo podrá uno alcanzar la Belleza, si no la ve? -En realidad, si uno ve la Belleza como distinta de sí mismo, es que todavía no ha alcanzado la Belleza, mientras que si se transforma en Belleza, entonces sí que la alcanza mejor que de ningún otro modo. En conclusión; si la visión es de lo externo, o no debe haber visión o, si la hay, que sea de modo que se identifique con el objeto visto. Y esto es una especie de autocomprensión y autoconsciencia de quien se guarda de apartarse de sí mismo por deseo de una percepción más consciente.

Hay que tener en cuenta, además, lo siguiente; que las sensaciones de los males producen una impresión más fuerte, pero que el conocimiento resultante es menor por la repercusión causada por las impresiones. La enfermedad repercute, en efecto, más violentamente, mientras que la salud, coexistiendo pacíficamente con el sujeto, origina en él una mayor comprensión de sí mismo. Es que la salud, como propiedad del sujeto, se adhiere a él y se aúna con él, mientras que la enfermedad es algo extraño e inapropiado. Y por eso se hace patente por la intensa impresión que nos produce de ser otra cosa distinta de nosotros. En cambio de lo nuestro, lo mismo que de nosotros, no hay percepción; pero no habiéndola, precisamente por eso nos comprendemos mejor a nosotros mismos, habiendo unificado la ciencia de nosotros con nosotros. Pues también en aquel caso, cuando nuestro conocimiento es según la inteligencia, entonces más que nunca tenemos la impresión de ser ignorantes, estando a la espera de la vivencia de una percepción consciente, que declara no haber visto. Es que ni vio ni podrá ver jamás tales objetos. Es, pues, la consciencia la que no cree, mientras que quien vio es un sujeto distinto de ella. Y si tampoco éste creyera, tampoco creerá en su propia existencia, ya que ni tan siquiera él puede, proyectándose al exterior cual si fuera un objeto sensible, verse a sí mismo con los ojos del cuerpo.”

“Nosotros mismos, cuando somos bellos, lo somos por ser de nosotros mismos. Por el contrario, somos feos cuando nos transformamos en una naturaleza extraña. Y somos bellos cuando nos conocemos, feos cuando nos desconocemos”

Enrique